martes, 7 de octubre de 2008

Recordando

Ellos se van, no sabemos bien a donde (¿o sí?), pero permanecen, como un acto reflejo casi inconsciente de los que se quedan, en los objetos y gestos que nos lo recuerdan.


Por eso no me sorprende que siga existiendo la calle de María, el escritorio del abuelo, la maceta de María, el tren de Julián. Tampoco me sorprende verme conmovido al recordarlos, ni de sentir la angustia contenida de querer que los sentidos me los acerquen sin poder conseguirlo.


Me gusta más recordarlos sonriendo, trabajando en alguna tarea doméstica, hablándome con dulzura o deliberando juntos sobre el sentido último de la vida. Aunque quisiera darles la forma y la personalidad que me apeteciese, ellos viven en mi con vida propia. Puedo recordarlos reprobándome u opinando sobre una decisión más o menos acertada.


Es en esos momentos cuando comprendo que se han esfumado y deseo encontrar, para atesorar, sus veintiún gramos. El resto del tiempo me parece que fuesen a llamarme, que podré encontrármelos en la calle a la vuelta de cualquier esquina, o que si llamo a sus puertas me recibirán.


Me maravilla la fortaleza del ser humano para asumir algo que no entiende sin enloquecer. Así puedo explicarme cómo puedo abrir con el máximo respeto el escritorio del abuelo como si estuviese violando su intimidad, pasar por la calle de María, sintiendo el impulso de querer pararme a saludarla (aunque no lo hago evidentemente) o reparo su maceta rota con el máximo interés como si fuese a dársela cuando venga a casa.


Es una forma, puede que infantil, de tenerles a mi lado, de acercárselos a la gente que les quiere aunque ello solo suceda en mi interior.


Ha llegado el otoño a mi desván. Eso no me entristece ni me sume en la melancolía. Solo es que es tiempo de recuerdos...


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Un abrazo.........

Nacho dijo...

Lo recibo con tu anónimo cariño...

Anónimo dijo...

no lo dudes ...
el que te tendré siempre.....