domingo, 16 de diciembre de 2007

Era el 8 de diciembre. Ese día comienzo a percibir de una manera fehaciente y evidente la Navidad.


Si miro con detenimiento la foto siento un erizamiento de la piel y la íntima ternura de tan hermosa fecha. Salíamos de un conocido chiringuito de playa en la playa del Dedo (en pleno Palo malagueño), y el sol nos abrazó con la solidez de la protección y el mimo de su calor sobre nuestro rostro. Tuve que quedarme con esta instantánea.

A veces olvido lo sencillo que resulta rozar la felicidad, aunque deba “andarla de puntillas, por no romper el hechizo”. Solo necesitaba tener así de cerca a los míos, verlos sonreír, disfrutar con su gozo.

A veces necesito poder detener los minutos, cesar el tiempo y evitar su continuidad. Es en esos momentos en que percibo, con rotunda claridad, mi fortuna. Y no hablo de economía, si no de la necesidad absoluta de amar de este modo que les amo.

A veces pareciera que el mundo entero se borrase de mis fotos y solo ellos las poblaran, en un intento masivo de evitar que nadie enturbie nuestro momento. ¡Les amo tanto...!

Y este año, además, me han traído la Navidad, ese momento mágico que trato de perpetuar durante cada segundo de mi vida a pesar de aquellos que se empeñan en desilusionarme sobre su esencia. Como imperfecto ser autorreconocido, la Navidad me recuerda una vez más, cuan capaz soy de amar, y cuanto deleite me trae hacerlo.

Siempre me acompaña el mar. Siempre a mi lado, tanto que yo, que fui habitante del centro, cuando regreso a mis orígenes, me ahogo si no logro, pasado un tiempo, divisarlo de forma urgente. Es entonces cuando el viaje toca a su fin.

Vuelvo a recordar que fui niño, lo retomo como un ritual que me renueva la anquilosada coraza contra el dolor que fabrico, acaso de modo inconsciente, y que me pesa en el alma.

Así que yo sí que disfruto montando un arbolillo de Navidad que enciendo cada noche, mientras suena de fondo un villancico. Y sueño con que llegue el día en que la sorpresa que he ideado para cada uno de mis seres queridos, les provoque una reacción, sea la que sea.

Hacía mucho que no subía a mi desván, pero a veces es tan intenso lo que vivo, que apuro hasta el último sorbo posponiendo el resto de actividades.

Papá vuelve a mi memoria cada Navidad. Salvador también. Pero esa es mi otra Navidad. Prometo traerla en breve, así como mi carta a sus majestades lo Reyes Magos de Oriente.

Pido perdón por las veces que habéis llegado a mi desván y os fuisteis con las manos vacías. Espero que sepáis disculparme.