martes, 26 de agosto de 2008

Culpabilidad (y II)

¡Qué fatalidad! No hubiese supuesto jamás que un acontecimiento de terribles consecuencias, vendría a “ilustrar” una entrada de este diario.

Cuando escribí lo anterior procuré medir cada palabra, porque entendía que se trataba de un asunto delicado, de difícil comprensión; había que pasar la experiencia para descifrar el mensaje (íntimo mensaje como apuntó uno de mis anónimos lectores). Finalmente encontré la redacción muy adecuada y justo en la línea que deseaba a pesar de que alguno de mis lectores quedó desconcertado con su lectura.

Pero hoy (y debo decir que he dudado mucho en decidirme por redactar esto) me encuentro que una noticia cuyo efecto ha conmocionado, al menos, al mundo informado, viene a situar a uno de sus personajes en la situación que describí.

Desconozco los entresijos de la toma de decisiones en la aviación civil, pero hay una persona que hoy se sentirá (a poco que su sensibilidad esté en un determinado umbral) como describía en mi anterior escrito. Hay un individuo que erró en su decisión y arrastrará su pesar sin consuelo, deambulará de una idea a otra, ahora que la atrocidad de las consecuencias le haya permitido, quizá, cesar de “achicar balones” y asumir su realidad: se equivocó y los efectos fueron funestos.

Seas quién seas quiero solidarizarme contigo especialmente. Hoy nadie está de tu lado. Las autoridades quieren pulverizarte (la resolución de este asunto pone en juego muchos votos), tus compañeros, de momento te encubren, no sé si haciéndote un favor o para no encontrarse en tu misma tesitura, los allegados de las víctimas te despellejarían si no permitimos al tiempo curar su herida, y tus únicos redentores no podrán sanar tu profundo malestar, al menos por el momento. De nada servirán las miles de veces que acertaste. No tendrá ninguna validez una trayectoria de preocupaciones y profesionalidad en beneficio de la seguridad de las naves. Es más trágico aún porque puede que tú ya hayas asumido que ningún acertijo sobre “lo que hubiera pasado” te libera de esa presión en el corazón ni del desasosiego de quien soporta el peso de la culpabilidad, esa de la que nada ni nadie puede liberarte. Tenemos además una pesada maquinaria legal la cual, salvo que las investigaciones se pierdan en la incompetencia de los investigadores y acaben perdidas en el limbo de lo inexacto, caerá sobre ti sin ninguna piedad, aunque tú ya estés viviendo íntimamente tu propia culpa.

Así que apóyate sobre mi. Sube a mi desván y acomódate como puedas. No voy a hablar de nada de lo que tú no quieras; permaneceré en silencio en señal evidente de que te comprendo. Me da igual si eso me sitúa en la comprometida postura del responsable de una tragedia que nunca debió darse, pero que no fuiste capaz de evitar por muy noble que fuese tu intención.

Siéntate aquí entonces y toma de cuanto hay en mi desván. Yo viviré como se fraguan los golpes que todos desean para ti y si puedo trataré de, al menos, retrasar su llegada. Si la historia ha dejado indemnes a unos cuantos culpables, deseo que ocurra algo que pueda hacerlo contigo.