martes, 8 de enero de 2008

Para mis ángeles de la guarda

Se fue como vino, de manera silenciosa, dejando en mi el eco de los mejores deseos y la melancolía de no saber como perpetuarla durante muchos días más. Hablo de la Navidad.


No hice un repaso por el fluir de los días del año pasado y creo que he sido injusto. El año que pasó fue de adaptación a una nueva forma de entender la vida; la aceptación de que no siempre todo es como creo que es. Ese año descubrí el peso de la mentira expresada sin reparo en mi propia cara con la insolencia de quien ha olvidado sus compromisos ( lo siento de veras, ex-compañero, es lo que siento) y se desplaza solo si ello implica volver sobre si mismo. Rocé límites que no deseaba y que me pusieron en trances que, de haberlos seguido hoy ya nada sería igual.


Sin embargo ha sido el anuario de los descubrimientos, y negarlos ha sido un injusto proceder por mi parte. He redescubierto cuanto vale lo que tengo y cuántas veces lo habré pasado por alto impunemente, acaso de forma inconsciente. Así que necesito que se prolongue la Navidad, tanto que me devuelva el criterio profundo sobre mi propia existencia.


No negaré cuánto me molestó la mentira que me acompañó durante buena parte de la pasada temporada (más cuando la impotencia se hizo fuerte en mi), pero no puede ello eclipsar a cada una de las personas que estuvieron a mi lado de forma incondicional (que no fueron muchas, dicho sea de paso) Hubo otras que, estando a mi lado, tuve que desligarme de ellas antes de que fuese demasiado tarde y pasaron al recuerdo como parte grata mientras estuvieron; hubo otras que debieran estar a mi lado y ahora sé que no lo están.


Por eso hoy, que salgo victorioso sobre la decepción, quiero vivir la Navidad aunque sea 18 de agosto: su luz ha sido muy importante. Quiero recuperar lo que se quedó atrás sin haberlo percibido con claridad, y esto dispuesto a mantenerme firme y tenaz sobre aquello y aquellos que merecen la pena. No pienso perder el norte de nuevo y vosotros (ya sabéis quiénes) deberíais tirarme de la oreja cuando comience con desvaríos absurdos por vericuetos de impredecibles consecuencias.


Aprovecho para pediros perdón porque, a pesar de vuestra constancia y fidelidad, fui y vine, a veces sin teneros en cuenta, a veces sin ubicaros en el lugar preferente de mi corazón, a veces con la ignorancia que es, quizá la peor de las ofensas.


Sabéis que os quiero y que lo hago sin límites.


Voy a poner un árbol permanente de Navidad en el desván. Espero que no os moleste. Así me recordará a cada uno de los míos de forma estable.