domingo, 4 de noviembre de 2007

La vida es puro teatro

Hay ciertos momentos de inolvidable calado, aunque al tiempo, y de forma paradójica, parezcan haberse olvidado. Ayer viví uno de ellos y me dispongo a contároslo.


Fue ayer, sí. Me reencontré con el teatro después de muchos años. Las plateas, los palcos, el patio de butacas, la emoción del silencio sobrevenido al abrirse el telón, el enorme escenario, la persona perfecta para compartirlo... todo lo que imaginas cuando crees que no necesitas nada más, y te ves con el corazón dispuesto para recibir un cuento, una historia. Si todo eso te ocurre en el incomparable marco de una sala mítica (teatro Cervantes de la capital malagueña) entonces te dispones para un viaje de imponderables consecuencias, pero que no te amedrentan, porque te parece que no pueden hacerte daño.


Si a todo ello le añadimos que lo representado en aquella estancia era, nada más y nada menos que la obra de Patrick Marber (al que no he leído nunca) Closer, adaptada al castellano, las expectativas son superiores a lo imaginable. Después de ver la adaptación cinematográfica, y haber pasado el tiempo necesario como para olvidar su impacto en mi linea de pensamiento, me parecía un desafío personalizar en seres de carne y hueso tan atropellado relato de relaciones interpersonales.


En cada minuto de la historia, se sucede una nueva vuelta de tuerca, surgida, según criterio de su autor, por las sinceras revelaciones que se brindan entre quienes dicen amarse con ese criterio cambiante de los eternamente insatisfechos. Así, Dan ama a la díscola Alice, o eso dice él. Su aire de intelectual a medio hacer, sin ideas para hacer el libro que siempre buscó, la utiliza para escribir su historia y de paso meterla en su cama, porque eso es lo que realmente desea él. Y lo consigue hasta la entrega incondicional de Alice, momento en el cual desaparece el interés sexual que Dan le profesa, deslumbrado por una fotógrafa a la que también dice amar. Abandona a la joven sin demasiado esfuerzo para comenzar una historia con Anna (la fotógrafa) una mujer casada cuyo marido adora como adoran los canallas, del cual nunca se separará a pesar de habérselo prometido al escritor y periodista. EL doctor (profesión del marido de Anna), arrebatado por la razón para resarcirse del dolor del corazón, comienza una aventura con la adorable Alice. Y digo para resarcirse, porque era solo una venganza contra quien expresaba amor infinito a su ex-mujer...


Me resultaba aterrador ver ridiculizada la sinceridad hasta el extremo en que Alice pide ser engañada para dejar de sufrir. Es insufrible ver a la aprendiz de prostituta perpleja ante la expresión: “a ella la quiero porque no me necesita”, proviniente de su “protector” (por utilizar un eufemismo). Es desgarrador presenciar el chantaje que Larry, el doctor debe hacer a su casi ex-mujer para volverla a tener en sus brazos, acaso por última vez. Es casi demencial la cesión de ésta última para justificar su acercamiento a quien realmente amaba (el periodista es un bombón de juventud y belleza deseable para cualquier mujer de su edad, pero no alguien con quien compartir la vida) y raya el patetismo más absoluto la solicitud de explicaciones que el periodista hace a su joven amiga en un ataque de celos tras averiguar sus relaciones con el doctor).


Y me conmoví. Porque las historias de princesas cuyo canalla traspasa el corazón con su indiferencia, me conmueven. Me dolió porque como dijo Larry “ yo no podría engañarte porque te quiero” y eso es lo que yo creo sin paliativos. Y fui feliz, porque siendo una historia de ficción, para mi son solo eso: ficción. Yo creo en el amor y sus efectos a largo plazo... Todas las otras divisiones psicológicas son solo elucubraciones de la razón.