sábado, 24 de mayo de 2008

La única que....

Y entonces se apodera de tí la palabra y explicas lo especial y distinta que es, lo diferente y singular de su forma de ser, lo que llena tu vida y lo infeliz que serías si no siguiese a tu lado.


Enloqueces, vives y creces a su lado, evolucionas con su cercanía, te importa, sufres si sufres y en su presencia nada más toma valor.


Pasas la vida pensando en ella (o casi toda, para que no se note mi tendencia a la exageración) y le hablas de ella a todo aquel que te escucha con atención. Las más de las veces no te cercioras de que el otro parece escucharte de lejos y comentas sin cesar. Ella es la única que me dice...., ella es la única que me hace..., ella es la única que entiende...., ella es la única que sabe lo que yo...... y así hasta la saciedad.


Solo callas en presencia de aquellos a quien sabes que les importa muy poco lo que quieres contarles, pero si quien tienes cerca es de los que se interesan por tí, les abrumas con las mil sensaciones que ella te aporta.


Y es que ella realmente es la única, y después todo lo demás.


Lo mejor de esta forma de vivir es que te es indiferente lo que otros digan, y esta es tu única defensa para los momentos en que el sol se pone en tu vida, y no vuelve a amanecer.


Porque hay que decir que esto es muy impopular, muy insano dicen otros. Si quieres vivirla cada minuto (¡sin agobiar, por dios, que la amas!), siempre que ella se preste, eres un aburrido, un idiota, un sieso. Lo que se estila es el crecimiento personal, y para ello un mes de apasionamiento, y después la vida independiente, no sea que perdamos la autonomía, o que se empobrezca tu vida emocional. Esta no crecerá si no haces vida social sin ella y casi programada (este mes no he salido con mis amigos ¡cachis!)


Resulta difícil creer que el amor te impulsa a reconocerla, encontrar y admitir sus cambios, incluso encontrar con ella (gracias al amor, sin duda) nuevos caminos en todo lo que os une.


Una vez hice un comentario en la bitácora de Amanda en el que explicaba lo que me producían sus besos y todo lo que creía posible a través de sus besos, pero ello fue motivo de risa, porque nadie podía entender que junto a ella me sienta capaz de cualquier cosa en cualquier campo.


Para ser sincero, no me aflige. Ellas es la única que sabe de lo que hablo, es la única que lo comprende porque lo vive.


“Ande yo caliente y ríase la gente”

martes, 6 de mayo de 2008

Fidelidad: la gran cuestión

Os traigo una reflexión en repuesta a una entrada de mi querida Chapi

Es una muchacha estupenda que trata los temas de las relaciones personales con agudeza a veces, con particular visión otras,y entretenida en las más. Solo hay que ver cuanta gente sigue su bitácora. Ahí va.


"¿Por qué cuando queremos bordear un tema espinoso, que nos compromete, que nos obliga a tomar partido (ejercer la libertad en definitiva), lo reducimos a su forma lingüística de expresarlo?


Es como si hacerlo así le restase importancia y nos hiciéramos más inmunes a sus efectos. Debo convenir con Chapi en que denominar cuernos a la infidelidad, más aún cuando se aplica al engañado, es mínimamente soez, pero esto no deja de ser una mera anécdota.


Lo realmente importante es la exculpación de la mentira en cualquiera de su formas, es decir, es igual de falso decir algo irreal, que contarlo tendenciosamente o incompleto, que ocultarlo. Tratar de explicar lo inexplicable ocultándolo en la incapacidad producida por el alcohol para decidir u otras cuestiones igual de “válidas”, solo esconde una tendencia interna, una predisposición que no reconocemos para evitar encontrarnos de frente con lo que nos exige respecto de la persona con la que sellamos un pacto tácito de fidelidad.


Lo realmente importante es que con la infidelidad (en cualquiera de sus formas) negamos un derecho: el de la persona a la que ofrecimos nuestra fidelidad a decidir si quiere seguir a nuestro lado después de saber de nuestro quebranto de la fidelidad, y de lo que es peor aún: de la confianza. Y esta sí que no se reestablece nunca. ¿Puede alguien creer en quien, diciendo que te ama con locura, no siente ningún reparo en reunirse con otra persona de una manera en la que había decidido estar solo contigo?


Apelar a la intimidad de cada uno para esconder lo que, si somos justos, debemos entender como un asunto de la incumbencia de quien decimos amar, en base a nuestro compromiso, es una falacia. El ensalzamiento de la intimidad como parcela cuyo quebranto atenta contra nuestro derecho constitucional, debería ser sometido a revisión para liberarlo de los complejos de jóven democracia. Un día elegiste compartir tu intimidad y fueron también tácitos los límites compartidos, debemos ponernos de acuerdo en que en lo sexual no existen esas posibles reservas. Y ello no implica necesariamente ningún involucionismo. Fue una decisión libre.


No cabe tampoco recurrir a la influencia educacional como un yugo del que liberarse para justificar el engaño. ¿Hay alguna decisión en nuestra vida que no esté sujeta a esta cuestión?


Otro asunto es esta cultura de conseguir todo sin esfuerzo que nos arrastra hasta en lo íntimo, es decir, puede resultar más cómodo un encuentro fortuito, posiblemente vacio, que trabajar esa misma pasión con la persona que te acompaña. Requiere esfuerzo, persistencia, cariño, imaginación, y eso, claro está es mucho más cansado, ¡donde va a parar!


Y aún hay un último asunto. ¿Por qué debemos creer a quien te ha engañado diciendo que aquello fue un desliz sin más trascendencia (solo sexo dicen algunos)? Nos mintió haciédonos sentir los seres más distintos del mundo. Nos está mintiendo ahora también, o no. Pero esa da igual. Tú no estabas allí para valorarlo, así que no tienes ninguna obligación de creerte lo que dicen una persona con tal falta de honradez.


Si me ocurre yo ya sé que significa. Más allá de lo que sus palabras digan...."