martes, 6 de mayo de 2008

Fidelidad: la gran cuestión

Os traigo una reflexión en repuesta a una entrada de mi querida Chapi

Es una muchacha estupenda que trata los temas de las relaciones personales con agudeza a veces, con particular visión otras,y entretenida en las más. Solo hay que ver cuanta gente sigue su bitácora. Ahí va.


"¿Por qué cuando queremos bordear un tema espinoso, que nos compromete, que nos obliga a tomar partido (ejercer la libertad en definitiva), lo reducimos a su forma lingüística de expresarlo?


Es como si hacerlo así le restase importancia y nos hiciéramos más inmunes a sus efectos. Debo convenir con Chapi en que denominar cuernos a la infidelidad, más aún cuando se aplica al engañado, es mínimamente soez, pero esto no deja de ser una mera anécdota.


Lo realmente importante es la exculpación de la mentira en cualquiera de su formas, es decir, es igual de falso decir algo irreal, que contarlo tendenciosamente o incompleto, que ocultarlo. Tratar de explicar lo inexplicable ocultándolo en la incapacidad producida por el alcohol para decidir u otras cuestiones igual de “válidas”, solo esconde una tendencia interna, una predisposición que no reconocemos para evitar encontrarnos de frente con lo que nos exige respecto de la persona con la que sellamos un pacto tácito de fidelidad.


Lo realmente importante es que con la infidelidad (en cualquiera de sus formas) negamos un derecho: el de la persona a la que ofrecimos nuestra fidelidad a decidir si quiere seguir a nuestro lado después de saber de nuestro quebranto de la fidelidad, y de lo que es peor aún: de la confianza. Y esta sí que no se reestablece nunca. ¿Puede alguien creer en quien, diciendo que te ama con locura, no siente ningún reparo en reunirse con otra persona de una manera en la que había decidido estar solo contigo?


Apelar a la intimidad de cada uno para esconder lo que, si somos justos, debemos entender como un asunto de la incumbencia de quien decimos amar, en base a nuestro compromiso, es una falacia. El ensalzamiento de la intimidad como parcela cuyo quebranto atenta contra nuestro derecho constitucional, debería ser sometido a revisión para liberarlo de los complejos de jóven democracia. Un día elegiste compartir tu intimidad y fueron también tácitos los límites compartidos, debemos ponernos de acuerdo en que en lo sexual no existen esas posibles reservas. Y ello no implica necesariamente ningún involucionismo. Fue una decisión libre.


No cabe tampoco recurrir a la influencia educacional como un yugo del que liberarse para justificar el engaño. ¿Hay alguna decisión en nuestra vida que no esté sujeta a esta cuestión?


Otro asunto es esta cultura de conseguir todo sin esfuerzo que nos arrastra hasta en lo íntimo, es decir, puede resultar más cómodo un encuentro fortuito, posiblemente vacio, que trabajar esa misma pasión con la persona que te acompaña. Requiere esfuerzo, persistencia, cariño, imaginación, y eso, claro está es mucho más cansado, ¡donde va a parar!


Y aún hay un último asunto. ¿Por qué debemos creer a quien te ha engañado diciendo que aquello fue un desliz sin más trascendencia (solo sexo dicen algunos)? Nos mintió haciédonos sentir los seres más distintos del mundo. Nos está mintiendo ahora también, o no. Pero esa da igual. Tú no estabas allí para valorarlo, así que no tienes ninguna obligación de creerte lo que dicen una persona con tal falta de honradez.


Si me ocurre yo ya sé que significa. Más allá de lo que sus palabras digan...."

1 comentario:

Igrein dijo...

Yo me creí que había sido un desliz... hasta que me enteré que se deslizaba con mucha frecuencia...

A mi me destrozó, pero le dejé. Y ahora tengo a mi lado a alguien que no cree en los celos y me da completa libertad... porque mi ex era tan celoso que no me dejaba ni ponerme bikini... ni tener amigos... ni llevar falda... no sé como pude aguantarlo...

Mil besos.