domingo, 30 de marzo de 2008

Vacaciones especiales


No sé nada de ella, y sin embargo, algo me alteró el interior, cuando vi la exposición multimedia que me la traía a la mente como si la conociese de siempre.


Esta instantánea que tomé con toda la intencionalidad de que no se viese nada más (como se ve no soy un buen fotógrafo), hace justicia a lo que fue y al modo en que lo vivió: una mujer adelantada a su tiempo, conocedora de varios idiomas, instruida, altruista y viajera como pocas en su época (nació en 1887).


Su sencillez al tiempo que su inquietud intelectual, su optimismo y su tenacidad hicieron que su marido, un apocado poeta de vida interior intensa, poco sociable, depresivo, pero de verbo lindo y fluido, fuese designado para obtener el premio nobel de Literatura.


Dicen que tenía negocios, participaba en campañas feministas y escribía un diario que ójala caiga en mis manos, porque su forma positiva de vivir la vida fue, al parecer, realmente contagiosa.


Yo, que soy un completo desilustrado, me siento admirado por una mujer cuya lealtad a su marido fue inquebrantable, y eso que cuentan que el poeta tuvo que ser muy insistente para hacer comprender a esta mujer de bandera que la amaba con vocación de eternidad.


Se llama Zenobia Camprubí, y su presencia es patente en cada rincón de la que fue la casa familiar de Juan Ramón Jiménez. No es difícil imbuirse de su espíritu si te dejas llevar por las diferentes estancias de este hogar onubense, del entrañable pueblecito de Moguer. Su mano se percibe en cada detalle. Su cariño en cada tarea que emprendió al lado de la difícil personalidad del autor de Platero y yo, no tiene (o eso me parece a mi) el eco que merece.


Quienes la conocieron, dicen que el secreto que conquistó a Juan Ramón fue esa sonrisa sincera, desprendida, sin dobleces, esa que los demás solo podemos ver de vez en cuando en alguna foto antigua.


No puedo imaginarme el dolor tan terrible que supondría para el poeta la pérdida de semejante mujer, justo dos días antes de serle otorgado el premio nobel de literatura.


Prefiero recordarla con esa sonrisa y anhelo encontrarme con sus diarios, sus cartas, su libro Juan Ramón y yo.


Ha sido mi regalo inesperado. Ha sido la guinda para unas vacaciones especiales. Mi amor es así: su complacencia es siempre una sorpresa


Aún tengo más cosas contar. Pero ahora quiero disfrutar íntimamente de lo que Zenobia nos trajo cuando la visitamos a través de sus objetos y de sus imágenes.

2 comentarios:

Igrein dijo...

Gracias.
Siempre me gusta conocer la vida de personas pasadas, personas que no se conformaron con vivir sin más , si no que se esfrozaron y consiguieron dejar huella.

Un beso.

Igrein dijo...

Dentro de no mucho hará 1 mes que no nos cuentas...

Espero que todo esté bien, y sea por que estás disfrutando de la vida.

Un besazo.